El Kimono

El Kimono

El kimono no solamente es una prenda de vestir, en muchos casos puede llegar a ser una auténtica obra de arte ponible, llena de simbología y que da una información valiosísima sobre su portador.

Aunque sus orígenes se remontan a los "Han Fu" (literalmente ropa de las gentes Han) llevados en la China dorada de la dinastía Han (202 a.C - 220 d.C), estos trazaron un camino individual una vez llegaron a Japón.


Pero... ¿Que tenían estos "Han Fu" que tuvieron tanto éxito? Pues que el tipo de construcción era sencillo y fácilmente adaptable a todo el mundo, así que los japoneses empezaron a hacerlo suyo aunque todavía pasarían muchos siglos hasta que Japón se abriera al mundo a mediados del siglo XIX cuando la palabra "kimono" (kiru mono: cosa para ponerse) empezara a designar esa prenda en concreto y no "ropa" en general.

A partir de su llegada a Japón, probablemente de la mano de comerciantes y emisarios chinos, la historia de esta prenda va evolucionando desde un florecimiento en el período Heian (794-1185 d.C) gracias a los avances que permitieron la hechura a base de paneles rectangulares y la adhesión de capas, normas y formas que dieron el pistoletazo de salida a los cambios que iría sufriendo la prenda a través de los períodos posteriores.

¿A más capas, más estatus? Pues en el período Heian la realeza podía llevar hasta 12 con un kosode blanco como capa interior, pero el período Kamakura (1185-1392 d.C) da una nueva clase, la clase samurai, cuyas mujeres adquieren las prendas de la realeza Heian para demostrar status pero sin ese exceso de tejido que hubiera limitado sus movimientos llevando hasta 5 capas y un kosode blanco.

Considerado el precursor del Kimono, el kosode (literalmente pequeñas mangas) adquiere más importancia y evoluciona en las eras Kamakura y Muromachi que ven el despojarse de tanta capa, por edicto y el Kosode, en origen interior se lleva al exterior,  propiciando el surgir de varios estilos y formas de llevarlos.

En el siguiente período, Azuchi-Momoyama, los tejidos de estas prendas se empiezarían a tratarse como un lienzo en el que desplegar habilidades para convertirlo en una obra de arte y esto lleva al surgir de una nueva clase pronto en el siguiente periodo, la clase mercante. Y es que el período Edo (1603-1868) daría a Japón casi 300 años de estabilidad perfectos para propiciar el consumo por parte de las clases altas que, de esta manera, demostraban su estatus, así que los mercaderes aprovecharon para sacar novedades que mantuvieran a esas personas pudientes en la rueda consumista haciendo crecer las mangas y poniendo a disposición de su clientela varios estilos de obi que hasta ese momento había sido un tipo de cinturón bastante estrecho.

A partir de aquí, patrones, tejidos, formas y bordados empezaron a hablar en sí mismos del portador o portadora, pobre o rico, hombre o mujer, soltera o casada, actores, geishas o cortesanas... y todos ellos viviendo en una "burbuja" prácticamente cerrada a otros países por lo que la exportación y las influencias externas se minimizaron hasta mediados del XIX cuando entró la era Meiji y Japón se abrió al mundo. Entonces pasó algo maravilloso desde un punto de vista artístico, y es que los kimonos se exportaron desatando toda una fiebre de japonismo representada en el arte europeo de finales de siglo y los estilos victorianos que reinaban en Europa por aquellos entonces invadieron un Japón que vió como las mujeres de las clases altas vestían polisones hechos de tejidos ricos creando un mestizaje verdaderamente interesante.

Mala o buena, la consecuencia de todo esto fue que el kimono se abandonaría en favor de una vestimenta más occidental que iría con los tiempos a medida que iba transcurriendo el siglo XX con sus consabidas guerras y conflictos y, aunque desde ese intercambio cultural Japón iría relegando el Kimono a los momentos más formales y tradicionales, siempre ha hecho por proteger esa prenda legendaria que es parte de su identidad y que no ha dejado nunca de ser inspiración de artistas, compositores y diseñadores hasta nuestros días.

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